Gabriel
Conroy: “Que pequeño papel he representado en tu vida. Es casi como si no
hubiera sido tu marido, como si nunca hubiéramos convivido como marido y mujer.
¿Cómo eras entonces? Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es
aquella por la que murió Michael Furey. ¿Por qué siento esta oleada de emoción?,
¿Qué lo ha provocado?, ¿El recorrido en el coche?, ¿Que ella no respondiera
cuando le besé la mano?, la despedida de mi tía, mi discurso estúpido, el vino,
el baile, la música…
Pobre
tía Julia, esa mirada ojerosa en su cara cuando estaba cantando. Pronto ella
también será una sombra, como la sombra de Patrick Morcken y su caballo. Quizás
pronto me siente en ese mismo salón vestido de negro, con las persianas echadas
y buscando en mi mente palabras de consuelo. Y sólo encontraré aquellas débiles
e inútiles. Sí, sí, eso ocurrirá muy pronto.
Sí,
los periódicos tienen razón. Hay nieve por toda Irlanda. Cayendo en cada trozo
de la llanura central y en las colinas sin árboles, suavemente sobre los
pantanos de Alen, y más lejos, hacía el oeste, cayendo suavemente sobre las
olas oscuras, rebeldes y superficiales. Uno a uno, nos vamos convirtiendo en
sombras. Mejor pasar valientemente a ese otro mundo, en la plena gloria de una
pasión que apagarse y marchitarse tristemente con la edad. ¿Cuánto tiempo has
guardado en tu corazón la imagen de los ojos de tu amado diciéndote que no
deseaba vivir? Yo nunca he sentido algo así por alguna mujer, pero sé que tal
sentimiento debe ser amor.
Piensa
en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los tiempos, y en
mí, transeúnte como ellos, entrando también en su mundo gris, como todo lo que
me rodea. Este mundo sólido en el que ellos se criaron y vivieron, se desmorona
y se disuelve. La nieve cae, cae sobre ese solitario cementerio donde Michael
Furey está enterrado. Cae débilmente sobre el universo y cae débilmente como en
el declive de su último final, sobre todos los vivos y los muertos”.
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